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Ciencia y Tecnología

NO ES DEMASIADO TARDE PARA RECUPERAR LA PRIVACIDAD: UN LIBRO PROPONE USAR LA TECNOLOGÍA SIN ALIMENTAR A “LOS BUITRES DE DATOS”

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Privacy is Power, de Carissa Véliz, profesora de Oxford, analizó por qué “nuestras vidas, traducidas en datos, son la materia prima de la economía de la vigilancia”. Pero, como los niños, los órganos y los votos, hay cosas que no corresponde comprar y vender, argumentó.
“Si estás leyendo este libro, probablemente ya sabes que tus datos personales están siendo recogidos, almacenados y analizados”, comenzó Carissa Véliz Privacy is Power (La privacidad es poder), y la persona promedio que lo lee revolea los ojos porque, claro, quién no está al tanto. “¿Pero tienes conciencia de hasta dónde llega la invasión de la privacidad en tu vida?”, continuó el primer capítulo, titulado “Los buitres de los datos”, para hacer dudar hasta al más versado en escándalos como el de Cambridge Analytica.
“Comencemos al alba”, propuso un análisis detallado de esa invasión.
“¿Qué es lo primero que haces cuando te despiertas por la mañana? Probablemente miras el teléfono. Voilà! Ese es el primer punto de datos que pierdes en el día”, ironizó. “Al levantar el teléfono como primera actividad de la mañana, informas a un amplio grupo de entrometidos —al fabricante de tu smartphone, a todas esas apps que has instalado en tu teléfono y a tu compañía de servicios móviles, al igual que a las agencias de inteligencia si resulta que eres una persona ‘interesante’— a qué hora te levantas, dónde has dormido y con quién (si suponemos que la persona con la que compartes tu cama mantiene su teléfono cerca también)”.
Cada vez más personas usan un smart watch, y todas ellas habrán derramado otras gotas de su privacidad aun antes de abrir los ojos, ya que el dispositivo “registra cada uno de tus movimientos en la cama, incluida, desde luego, cualquier actividad sexual”. Y muchas más, cuando se levantan y se preparan para empezar el día, recurren a aplicaciones para hacer ejercicio, controlar la higiene bucal o fijar objetivos de alimentación durante el día: más información que se comparte con el diseñador y los brokers de datos a los que se la venden.
El televisor inteligente, que identifica lo que se mira en la casa y lo informa al fabricante y a terceros (“un grupo de investigadores hallaron que un smart TV de Samsung se había conectado a más de 700 diferentes direcciones en internet luego de 15 minutos de uso”); el medidor de electricidad inteligente, que puede ser hackeado con facilidad por ladrones de casas para saber cuándo no queda nadie en la vivienda (ya que no hay mayor consumo); el asistente hogareño que graba todo lo que escucha y puede enviarlo por error (“Echo probablemente se activó por una palabra en tu conversación que sonó como ‘Alexa’ y luego pensó que decías ‘enviar el mensaje’”); el correo electrónico, que contiene rastreadores en un 40% (70% si son mensajes comerciales).
Antes de siquiera llegar a la puerta de su casa y asomarse al mundo, una persona ha entregado una enorme cantidad de información que será usada en su contra más temprano que tarde.
“Nuestras vidas, traducidas en datos, son la materia prima de la economía de la vigilancia”, desarrolló Véliz, profesora de ética de la inteligencia artificial en la Universidad de Oxford. “Nuestras esperanzas, nuestros temores, lo que leemos, lo que escribimos, nuestras relaciones, nuestras enfermedades, nuestros errores, nuestras compras, nuestras debilidades, nuestros rostros, nuestras voces: todo sirve de alimento para los buitres de los datos que lo recogen todo, lo analizan todo y lo venden al mejor postor”.
¿Con qué propósito? ¿Para recomendar cuentas de Twitter o de Instagram que te puede interesar seguir? ¿Una película o una serie que se ajusta al perfil de lo que has visto en Netflix? ¿Una nueva receta?
Véliz observó un poco más allá: “Para traicionar nuestros secretos ante las compañías de seguros, los empleadores y los gobiernos; para vendernos cosas que no nos conviene comprar; para enfrentarnos unos con otros en un esfuerzo por destruir la sociedad desde dentro; para desinformarnos y secuestrar nuestras democracias. La sociedad de la vigilancia ha transformado a los ciudadanos en usuarios y objetos de datos”.
En octubre pasado, Amazon puso en oferta para su Prime Day el timbre inteligente Ring, una empresa que le pertenece, y pronto agotó su inventario. Privacy is Power describió esa tecnología: “Esos videos se almacenan sin cifrar, lo cual los hace extremadamente vulnerables al hackeo. Amazon ha solicitado una patente para usar su software de reconocimiento facial en los timbres. En algunas ciudades, como Washington DC, la policía quiere registrar, e incluso subsidiar, las cámaras de seguridad privada. Cualquiera puede imaginar dónde terminarán las grabaciones de los timbres inteligentes y para qué se usarán”.
La persona promedio pensará tal vez que a ella eso no la afectará, ya que cree que no tiene nada que ocultar.
Sin embargo —recordó Véliz a BBC— “tienes mucho que ocultar y que temer, a menos de que seas un exhibicionista con deseos masoquistas de sufrir robo de identidad, discriminación, desempleo, humillación pública y totalitarismo”, entre otros posibles riesgos. “Otra cosa es que no sepas qué es lo que tienes que ocultar”.
Su libro citó un ejemplo trágico durante la Segunda Guerra Mundial.
En los países que ocupaban, los nazis analizaban los registros públicos para encontrar a los judíos. En Holanda, que llevaba un detalle ejemplar de las personas, con identificación de sus domicilios y su religión, eliminaron al 75% de la población judía.
En Francia no existían archivos de ese tipo. La ocupación encargó a René Carmille, Contralor General del Ejército Francés, que cruzara los datos de identidad de las personas con los de religión. Carmille debía usar las máquinas Hollerith, que empleaban técnicas de computación modernas: las tarjetas perforadas de IBM. Pero el militar, que integraba la resistencia francesa, reprogramó las máquinas para que se saltaran la columna 11, donde se indicaba la religión. Así salvó cientos de miles de vidas.
Sin embargo, en 2010 Mark Zuckerberg, fundador y CEO de Facebook —que también posee Instagram y WhatsApp—, declaró que “la privacidad ya no es una norma social”. Durante la entrega de los premios Crunchie, en San Francisco, teorizó, aunque en el fondo sólo hablaba de su modelo de negocio: “Las personas se sienten realmente cómodas no sólo compartiendo más información y de diferente tipo, sino más abiertamente y con más gente. Aquella norma social ha evolucionado con el tiempo”.
Pocos individuos en el mundo encarnan tan visiblemente como Zuckerberg lo que sostiene el título del libro de Véliz, quien escribió: “La privacidad importa porque carecer de ella le da a otros poder sobre ti”. Facebook ha violado el derecho a la privacidad tantas veces, agregó “que un recuento exhaustivo ameritaría otro libro”.
Actualmente —analizó la académica formada en las Universidades de Salamanca, Toronto, Nueva York y Oxford— Facebook no vende datos, técnicamente: “Vende el poder de influirte”, precisó, en la segunda persona que muchas veces usa el libro publicado en el Reino Unido, que en abril saldrá también en Estados Unidos. “Venden el poder de mostrarte publicidad y el poder de predecir tu conducta”.
Una de las claves de cómo es posible este asalto cotidiano a la privacidad es que las personas no perciben la pérdida en el momento. “No sientes una ausencia, no lo ves físicamente”. Sólo las malas experiencias materializan la falta de resguardo de la propia información.
Dio como ejemplo el de una española víctima de robo de identidad, que lleva años teniendo que aclarar en los tribunales que no ha sido ella la que cometió tal o cual robo; como ella, hubo 225.000 casos en el Reino Unido en 2019.
Hay otras situaciones igualmente ilegales, pero tan silenciosas que, simplemente, no hay manera de comprobarlas.
“¿Alguna vez te negaron un seguro, un crédito o un empleo?”, preguntó Penguin en la presentación del libro. Una persona que sale con el teléfono en el bolsillo deja un registro de la velocidad a la que camina, y eso es un indicador de su estado físico que se puede usar para cambiar la prima de un seguro de salud o negarle una hipoteca o preferir al candidato más ágil. “Con el acceso total a tus datos personales es muy fácil que te discriminen sin que nunca te enteres”, escribió la filósofa hispano-mexicana.
Cuál es tu orientación sexual; cómo y dónde vives; quiénes son tus amigos y tu familia; en qué trabajas; cuál opiniones políticas y cuáles tus gustos musicales; qué problema de salud tienes; qué comes y bebes; si tienes automóvil o propiedades; qué películas y series miras; cuál es tu estado de ánimo; a qué horas te acuestas y te levantas; qué buscas en internet; a qué le das like; qué temores y esperanzas tienes: todos esos datos —y aún más, y los de tus contactos— son los que las empresas de tecnología recolectan y venden a gobiernos, otras compañías y “buitres de datos”, como los llamó Véliz, que a su vez los revenden en una cadena en la que los criminales aparecen mucho antes de lo que la gente imagina.
“La economía de datos, y la vigilancia generalizada de la cual se nutre, nos tomó de sorpresa”, evaluó Privacy is Power. “Las empresas tecnológicas no nos informaron a los usuarios sobre cómo usaban nuestros datos, mucho menos nos pidieron permiso. No le preguntaron a nuestros gobiernos, tampoco. No había leyes para regular el rastro de información que los ciudadanos incautos dejábamos a medida que hacíamos nuestras cosas en un mundo cada vez más digital. En el momento en que comprendimos que esto estaba sucediendo, la arquitectura de la vigilancia ya estaba en pie. Buena parte de nuestra privacidad se había perdido”.
La pandemia del coronavirus no mejoró la situación, al contrario: “La privacidad enfrenta nuevas amenazas ya que muchas actividades que antes eran físicas se trasladaron a lo virtual, y nos han solicitado que entreguemos nuestra información personal en nombre del bien común”. Comportamientos que en el mundo físico se considerarían coercitivos son moneda corriente en el mundo digital. “Es un momento para pensar con mucho cuidado en qué clase de mundo queremos vivir cuando la pandemia sea un recuerdo lejano”.
Un mundo sin privacidad es peligroso, advirtió la autora. “La economía de la vigilancia no solo es mala porque crea y fortalece asimetrías de poder indeseable. También es peligrosa porque comercia con una sustancia tóxica”. Dedicó todo el cuarto capítulo a esa noción de toxicidad por la cual “los datos personales constituyen un desastre en potencia”.
Almacenar datos es como guardar material inflamable. Citó al experto en seguridad Bruce Schneier, quien creó el concepto de “bienes tóxicos”: aquellos que tarde o temprano serán utilizados en nuestra contra. “Incluso cuando la información ha sido recogida con buenas intenciones —en las investigaciones médicas, por ejemplo—, si los datos se guardan durante un tiempo suficiente, es posible que terminen vendidos o robados y empleados con fines viles”.
Por su vulnerabilidad, los datos ponen en peligro a los sujetos que los han generado y también a quien los almacena: las empresas que han sufrido violaciones a su seguridad, por ejemplo. Pero si en la sociedad las sustancias altamente tóxicas están reguladas y hasta prohibidas, ¿por qué no crear normas para que determinados datos queden fuera del mercado?
“Al igual que estamos de acuerdo en que algunas cosas muy importantes o sensibles no deben estar a la venta, como los niños, los órganos y los votos”, argumentó Véliz, “cierto tipo de información es tan personal que no se debería poder lucrar con ella”. Actualmente, en cambio, los perfiles de usuarios que crean los comerciantes de datos se organizan en categorías que incluyen cosas como si alguien ha sido víctima de un delito o si sufre una enfermedad.
La dimensión personal, de derecho, de la información propia, es bastante obvia para la autora. “La privacidad consiste en poder mantener para sí ciertas cosas íntimas: los pensamientos, las experiencias, las conversaciones, los planes. Los seres humanos necesitamos privacidad para poder relajarnos del peso que implica estar con otras personas. Necesitamos privacidad para explorar con libertad nuevas ideas, para tomar decisiones. La privacidad nos protege de presiones indeseadas y abusos de poder”.
Y está también el aspecto institucional: “La necesitamos para ser individuos autónomos, y para que las democracias funcionen bien necesitamos que los individuos sean autónomos”.
La sociedad democrática se basa en el trato igualitario de todos los individuos. Eso se pierde en el momento en que las personas dejan de ver el mismo contenido en línea y hasta pagan distinto precio por el mismo producto:”Si se nos trata según nuestros datos (si somos mujeres u hombres, flacos o gordos, ricos o pobres) no se nos trata como a ciudadanos iguales”.
Sin esa igualdad de base se cae el resto de la estructura: “La vigilancia generalizada es incompatible con las sociedades libres, democráticas y liberales en las cuales se respetan los derechos humanos”, sintetizó Véliz.
Y actualmente el compromiso de la privacidad “es más peligroso que nunca”, agregó. “Jamás hemos acumulado tantos datos personales sobre los ciudadanos. Y hemos permitido que la vigilancia crezca en un momento en que los estándares de ciberseguridad son bajos, las democracias están débiles y los regímenes autoritarios con habilidad para hackear están en alza”.
El poder basado en la privacidad de las personas —“el tipo de poder por excelencia en la era digital”— es excesivo, lo ejerza el gobierno chino con su sistema de crédito social (que controla el comportamiento de las personas, muy parecido al capítulo “Nosedive” de Black Mirror) o Uber, Cambridge Analytica (cuya interferencia se halló, entre otras elecciones, en el referéndum del Brexit y en las elecciones estadounidenses de 2020 que ganó Donald Trump) o un plan social como una suerte de impuesto al pobre.
Con todo, Véliz es optimista: “Es demasiado tarde para impedir que la economía de datos se desarrolle, pero no es demasiado tarde para recuperar nuestra privacidad”.
“No somos testigos de la muerte de la privacidad. Aunque la privacidad está en apuros, hoy nos encontramos en mejor posición que lo que hemos estado en la década pasada para defenderla. Este es solo el comienzo de la lucha por salvaguardar los datos personales en la era digital. Hay demasiado en juego para permitir que la privacidad se muera: nuestro estilo de vida está en peligro. La vigilancia amenaza la libertad, la igualdad, la democracia, la autonomía, la creatividad y la intimidad”, resumió.
En sus conclusiones imaginó un futuro paradójicamente parecido al pasado: “Puedes tener una conversación privada sin que se vuelva pública. Puedes cometer errores sin que eso defina tu futuro. Puedes buscar en línea lo que te preocupa, lo que te da curiosidad, sin que tus intereses te persigan más adelante. Puedes pedir consejo a un abogado sin sospechar que el gobierno te está escuchando y sin temer que podrías estar auto incriminándote. Puedes tener la seguridad de que la información sobre quién eres, qué te ha pasado, qué esperas y qué temes, y qué has hecho no se usará en tu contra”.
Hace unos años, nadie pensó que el Reglamento General de Protección de Datos (GDPR), hoy vigente en la Unión Europea, fuera posible, puso como ejemplo. Para Privacy is Power la cuestión es política y de legislación. Es una cuestión de libertades civiles.
“La privacidad es demasiado importante como para dejarla morir. Quién eres y qué haces no le incumbe a nadie. No eres un producto para convertir en datos y nutrir a los depredadores a cambio de un precio. No estás a la venta. Eres un ciudadano, y la privacidad te es debida. Es tu derecho”, razonó. “Aquellos que han violado nuestro derecho a la privacidad han abusado de nuestra confianza, y es hora de quitarles su fuente de poder: nuestros datos”. (Fuente: Infobae).

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