Este martes 3 de noviembre serán las esperadas y desde ya (aún con mucho, demasiado camino por recorrer) históricas elecciones presidenciales en los Estados Unidos de América.
Con el voto anticipado como gran protagonista, aquellos ciudadanos norteamericanos mayores de 18 años y registrados (a excepción del estado de Dakota del Norte que no requiere inscripción previa) elegirán al próximo Presidente y Vicepresidente, un tercio del Senado (33 bancas) y toda la Cámara de Representantes (468 escaños), al tiempo que las elecciones estatales y locales también estarán en disputa sobre distintos puntos del país.
El campo de juego no lo ocupa el voto popular. De hecho, tras la salida de la Argentina del sistema de colegios electorales en el año 1994, Estados Unidos permanece como el único país que utiliza este modelo que tiene en 270 el número mágico de representantes del colegio electoral a alcanzar y donde puede ganar el candidato menos votado.
¿Que puede ganar el que saque menos votos? Exacto.
Si bien no representa la media en la histórica electoral nacional, lo cierto es que esta instancia se ha dado en cinco oportunidades (1824, 1876, 1888, 2000 y 2016) estando precisamente en la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca su antecedente más cercano.
Porque para las elecciones presidenciales del año 2016 celebradas el martes 8 de noviembre, Trump se impuso a la candidata demócrata, Hillary Clinton, obteniendo incluso una sólida mayoría tanto en la Cámara de Representantes como en el Senado de los Estados Unidos.
Sin embargo, el representante del Partido Republicano obtuvo un total de 2.868.686 votos menos que la ex secretaria de Estado ganando con contundencia.
Para entender este punto es necesario saber entonces qué es y cómo funciona el colegio electoral de los Estados Unidos.
Desde ya que se trata del sistema por el cual se elige el Presidente y Vicepresidente del país. El sistema fue ideado por los redactores de la Constitución a fin de proporcionar un método de elección que fuera “factible, deseable y consistente” con una forma republicana de gobierno.
O sea que cuando los norteamericanos van a las urnas en las elecciones presidenciales, en realidad están votando por un grupo de funcionarios (los delegados) que conforman el colegio electoral que se reúne cada cuatro años para llevar a cabo la tarea de oficializar, en el mejor de los casos, el voto que provino de las urnas de su Estado.
En términos muy generales, el número de electores de cada Estado está aproximadamente en línea con el tamaño de su población.
Es decir, cada Estado tiene tantos electores como legisladores en el Congreso de los Estados Unidos. Hay 538 votos electores en total y es por eso que el candidato a presidente que como mínimo alcance los 270, será el próximo Presidente de los Estados Unidos.
Pero entonces ¿por qué puede ganar el que menos votos sacó? Porque a excepción de los Estados de Maine y Nebraska que dividen sus votos del colegio electoral de acuerdo con la proporción de votos que recibe cada candidato, en el resto del país la proporcionalidad no existe. El que gane, aunque sea por 1 voto, se lleva todos los representantes del colegio electoral de ese Estado.
Por ejemplo, si un candidato gana el 50,1% de los votos en Texas, se le otorgan los 38 votos electorales. De igual manera, podría ganar abrumadoramente y aun así obtener la misma cantidad de votos electorales.
Pensalo como un partido de tenis y los games. No importa si lo ganas 40 a 0 o yendo a iguales y ventaja por varios puntos, el que gana suma 1 game indistintamente de cómo lo haya conseguido.
Por lo tanto, es posible que un candidato se convierta en Presidente ganando una serie de batallas muy pero muy parejas en ciertos Estados, a pesar de tener menos votos en todo el país.
Por ejemplo, en el año 2016, Trump venció a Clinton en Florida por un margen de solo 2.2%, sin embargo, eso no significó que no se llevó los 29 votos electorales del distrito. Y así se puede ganar una elección con menos votos.
Fuente FiloNews